Llegamos de madrugada a la ciudad de Marsella y esperamos a que nos vinieran a recoger para trasladarnos luego hacia la zona este, al barrio Saint Julien donde nos hospedaríamos.
Quizás por ser una ciudad portuaria de inmigrantes, mediterránea y europea, Marsella lleva consigo los calificativos de insegura, descuidada; lo que le ha valido una eterna mala fama que nunca la abandona.
Los detractores mencionarán, entre sus males, el tráfico de drogas, los ajustes de cuenta entre traficantes, etc., pero Marsella es mucho más que su faceta oscura y vale la pena descubrir su otra cara.
En el año 2013 Marsella fue designada como capital europea; esto supuso importantes subsidios de parte de la Comunidad Europea. Entre los cambios que se derivaron del hecho, principalmente se remodeló el litoral norte de la ciudad, que hasta ese momento se hallaba abandonado.
La ciudad se embelleció y enriqueció entonces con obras de espléndida arquitectura como el Mucem (Museo de Civilizaciones de Europa y del Mediterráneo).
Marsella tiene infinidad de rincones para conocer. Yo haré un breve recorrido por el Puerto viejo, Notre Dame de la Garde, el Castillo de If, la Ville Charité, Les Calanques, El jabón de Marsella y algunos de sus barrios y calles mas populares.
No bien comenzamos a caminar nos sumergimos en la animada vida del Puerto Viejo; descubrimos el carácter cosmopolita, alegre y rebelde a la vez de su gente. Encontramos a hombres de ojos negros, marroquíes, senegaleses, italianos, españoles, griegos y argelinos que han venido a Francia en busca de trabajo.
Un rasgo a destacar es que nadie se siente extranjero en esa Marsella diversa, ninguna indumentaria llama la atención, siempre hay sonrisas bajo ese sol que entibia las aguas del Mediterráneo y es un lugar donde pareciera que sólo los africanos están a gusto con la temperatura.
El Puerto Viejo es considerado el pequeño corazón de la ciudad. Estábamos caminando por allí, cuando vimos las barcas y sus pescadores tratando de vender el pescado fresco en medio de gritos, risas y discusión sobre precios.
Todos los días, desde muy temprano y hasta el mediodía, los pescadores desembarcan en el muelle para vender el resultado de su pesca a los habitantes locales y turistas ocasionales. Conforma un ambiente pintoresco que caracteriza al marsellés, alegre trabajador.
De esta tradición pesquera deriva el plato típico de la ciudad, la bouillabaisse, sopa de pescado económica y popular, a base de los pescados de roca que quedaban sin vender en el fondo del capazo del pescador. Esta sopa hecha con pedazos de pescado, papas, pan frotado con ajo y la salsa rouille, es hoy un plato carísimo que pocos marselleses pueden darse el lujo de comer.
Entre la multitud, vemos a una gitana que se nos acerca empuñando sus viejas cartas con el evidente propósito de desentrañar nuestro destino. Me pregunto: ¿qué importancia tiene el futuro en esa ciudad que se nutre de presente?
Hundidos en la sombra del Puerto Viejo, muchos turistas -cómodamente sentados en las terrazas del lugar- experimentan el sabor de los tragos de pastis; tradicional bebida francesa con sabor a anís, prima del ouzo griego y del raki turco.
Pese a lo grande que es Marsella, los sitios más importantes no están distantes entre si y se puede llegar a ellos caminando ya que la mayoría se encuentran en el Casco Histórico, alrededor del Puerto Viejo. La entrada está “custodiada y defendida por los fuertes de San Nicolas y San Juan” renovados en el 2013.
Muy cerca de allí, en el distrito de Endoume, amparando al primer puerto de Francia y a la ciudad que tiene a sus pies, está la maravillosa Notre Dame de la Garde, conocida popularmente como la Buena Madre. Se trata de una Virgen de gran tamaño, de color dorado que lleva al Niño Jesús en sus brazos y que fuera considerada a partir de la Edad Media guardiana de la gente de mar y de los pescadores quienes han marcado una fuerte influencia marinera en el interior de la basílica.
Notre Dame de la Garde data del Siglo XIX, pero la colina donde esta erigida es lugar de oración y peregrinación de los marselleses desde la Edad Media. De sus paredes cuelgan placas recordatorias, cuadros con barcos pesqueros, salvavidas, ex voto de agradecimiento a la intersección de la Virgen, etc.; allí se cuentan historias que hacen referencia a la dura vida de mar, a naufragios y tormentas y al preciso momento del milagro después de invocar su protección.
Frente al puerto, se distingue el Castillo de If , fortaleza oscura y ‘misteriosa’ situada en una pequeña isla de la bahía. En sus inicios se utilizó para proteger la costa; años después se transformó en temible prision estatal. Por el hecho de estar ubicada en una isla, la cárcel era propicia para evitar fugas. Tambien se sabe que en la novela El Conde de Montecristo escrita por Alejandro Dumas el protagonista de la misma fue encerrado en sus calabozos.
Las mayoría de las calles de la ciudad de Marsella desembocan en el viejo puerto; muchas nacen en sus flancos y otras parecen ríos que caen hacia el mar.
La Canebière, su arteria principal, conoció sus horas de gloria en la primera mitad del siglo XX, cita obligada de los marselleses. Si bien hoy, se ha renovado una cantidad apreciable de bellos edificios, no ha podido recuperar el lustre y elegancia de antaño. En 1935, dos músicos le dedicaron a La Canebière una canción que lleva su nombre y que los marselleses de cierta edad aún tararean con nostalgia.
Luego continuamos caminando a lo largo del puerto hasta subir por una calle ancha hacia el barrio Le Panier, el mas antiguo y popular de la ciudad, con calles estrechas y empedradas; un barrio ancestral de pescadores donde se entremezclan los ruidos de la calle con los múltiples acentos de los inmigrantes.
Le Panier tuvo décadas de abandono y fue convertido por la juventud en algo creativo al agregar arte urbano con grafitis a las clásicas fachadas provenzales. Un barrio con ropa tendida en sus ventanas, ancianos conversando en los portales de sus casas, talleres de artesanías, tiendas de moda.
Antes de alejarnos de esta zona, tomamos el pequeño tren turístico para visitar La Vieille Charité, complejo en el que antiguamente se recogía a los mendigos de la ciudad y que actualmente es sede de diferentes museos.
Además recorrimos el barrio Saint- Victor en búsqueda del famoso jabón de Marsella , un jabón neutro sin colorantes ni ingredientes artificiales. Es 100% vegetal, no usa grasa animal y su fórmula lleva tres aceites: el de oliva -por su poder de limpieza-, el de palma -que protege la piel- y el aceite de copra, que produce la espuma. Las combinaciones que hacen los fabricantes son ilimitadas, -aromas de jazmín, lavanda, leche, limón, rosa, junto a matices de algas, manzana, menta, romero- pero siempre respetando la fórmulas de origen
Hoy quedan en Marsella y su región, solo tres jabonerías artesanales que respetan la fórmula y el proceso de elaboración tradicional en cinco etapas: La savonnerie du Midi, La Licorne y Le ver à Cheval.
Y como Marsella también se distingue por su naturaleza no podíamos dejar de conocer Las Calanques , parque nacional formado por unos 20 km hacia el oeste de costa acantilada con pequeñas calas escondidas, algunas de ellas accesibles a pie y otras solo en barco en las que puedes contratar excursiones que incluyan desembarcar hasta la cala y poder bañarse. Algunas de las más conocidas son Sugiton, En Vau, Port -Pin, Port -Miou, Marseilleveyre, de Cassis.
Y así, bajo los cielos de esta ciudad que por momentos parece un caos y por otros un pacífico puerto de pescadores, me quedo con lo que escribió el poeta marsellés Mèry :“Hay solo dos monumentos aquí, pero son magníficos: el mar y el cielo ”
Artículo publicado en la Revista Para Ti